Cimbreante y coqueta
vienes camino a la ciudad,
con ese vigor juvenil
que te hace tan singular.
Perceptible es tu afán
de querer pasar inadvertida
más la visión de tu silueta,
hace aplaudir a todos los que te ven pasar.
Trémulo de emoción y de orgullo
él te hace la venia al verte caminar,
y tú tan soberbia y altiva
lo ignoras,
sin embargo, tu pecho se agita,
y del galope furioso
comienzas a temblar.
Innato y ligero es tu parpadear
sutilmente, tomas tus cabellos
que caen por tus hombros
y comienzas con ellos a jugar.
Embebida por tu aureola sublime
y estremecida de nerviosismo
entras al templo
con Dios a conversar.
Esquivas su mirada,
aquella que sólo quieres mirar,
y tus ojos van sonriendo,
sin que él, te pueda ya observar.
Suyai E.M.
D/R
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